Sigo en Bruselas. Sigue haciendo un frío de patatuelos -menos dos grados y medio humanos: unos menos quinientos grados de temperatura patata-, así que me dispongo a poner la chimenea y celebrar una fiestecilla de subirme la cremallera para mis colegas en mi casa nueva (ja, ja, ja, ¿lo pilláis?). Tengo que tener mucho cuidado. No quiero terminar como una patata asada y que me abran en canal y me echen alioli, salsa especial y aceitunas de lata laminadas. Si no vuelvo a escribir, amigos míos, es que he muerto cocida en el intento de no morir de frío. ¿Qué paradoja, no?
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